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viernes, 14 de febrero de 2014

Amanda

Hasta los 7 años fui una niña normal, sin embargo, a partir de entonces quise ser diferente. A los 9 años, teñí mi cabello de rubio (en esa época eso no era común, yo era una de las pocas niñas así). Todo comenzó muy temprano, a los 11 años empecé a ir a fiestas, a bailes en barrios cercanos y a tener más amistades. Comencé a usar piercing y mi apariencia ya transmitía rebeldía. Viví en medio de las drogas, de la bebida y de la prostitución, sin embargo, tenía miedo de involucrarme. Pero los problemas dentro de casa aumentaban y entonces empecé a hacer todo lo que me daba náuseas.
Tenía el sueño de ser modelo, y eso se concretó. A medida que crecía en ese desorden, cada vez estaba peor, me puse más piercings y teñí mi cabello de diferentes colores. Me sacaba fotos polémicas y las posteaba en internet, y así me hice conocida, muchas personas se reflejaban en mí, en mi estilo, en mi manera de ser. Mi carrera estaba yendo bien, desfiles, fotos, trabajos internacionales, reconocimiento, fans. Estaba rodeada de personas, incluso sonreía, pero ese vacío permanecía en mi interior.
Sufrí bullying durante tres años y eso me hizo tenerles odio a las personas, yo ya no era la misma, ya no me conectaba con nada. A los 15 años, comencé a frecuentar lugares del centro de San Pablo, como encuentros homosexuales en Ibirapuera, Augusta, Paulista, boliches, siempre acompañada de amistades “pesadas”. Amigos que agarraban las hojas de la Biblia para consumir marihuana, tomaban toda la noche, aspiraban cocaína y maldecían y blasfemaban contra Dios, y yo, aun en medio de aquel desastre, me sentía molesta. Varias veces llegaba a pensar: “¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Por qué estoy haciendo esto?”, pues yo creía en Dios y sabía que eso no era para mí, sin embargo, cuanto más intentaba, más me hundía.
Huí de casa, empecé a fumar y a tomar todos los fines de semana, salía el lunes y volvía recién el domingo o el lunes. Me involucré con mujeres, creía que había nacido así, por haber tenido una experiencia sexual con una compañera en la infancia. Decía malas palabras, usaba jergas, oía voces, veía sombras y entidades que venían a sofocarme durante la noche, llegué a llamar incluso a la policía por pensar que alguien estaba invadiendo mi casa.
En la vida sentimental no resultaba bien con nadie, aunque era popular, no lograba realizarme. Peleaba con mis padres, nada salía bien, ya había estado al borde de la muerte en varias oportunidades. Ya había vivido todo eso y no aguantaba más esa angustia y ese sufrimiento.
Estaba enferma, tenía un soplo en el corazón, los médicos decían que no iba a pasar de los 15 años. Tenía gastritis, prácticamente no me alimentaba bien desde hacía un mes, debido a los dolores. Ya no dormía más, porque había una sombra negra que me sofocaba todas las noches. Me quedaba despierta con miedo y dormía durante el día.
Mi vida ya no tenía más sentido, una voz me decía que no había más salida. La vida económica de mi familia estaba arruinada, nadie confiaba en mí, yo no veía ayuda, ¡estaba desesperada! Hasta que mi madre, sin decírmelo, me cambió de escuela, ya que en esa escuela casi me querían enviar al Tribunal de Menores, y me puso en una escuela de barrio, enfrente de mi casa y cerca de la Universal. Al principio me negué, pero no vi otra salida y fui. Ni bien llegué sabía que sería rechazada, y me sorprendí cuando unos jóvenes vinieron a conversar conmigo. Nos hicimos amigos y me llevaron a la Fuerza Joven Universal. Empezaron a contarme cómo eran y eso me interesó, pero tenía miedo de lo que mis amigos fueran a pensar, ¿cómo iba a ir a la iglesia con esa apariencia? ¡Todos iban a juzgarme! Me resistí casi un mes, hasta que, el 17 de abril de 2011, fui.
Ni bien puse los pies en la Universal, vi una diferencia. Todos me abrazaron, me cuidaron, y no entendía mucho lo que decían, pero yo quería estar cerca, ¡cambiar de vida! Y así fui frecuentando y viendo la diferencia día tras día… Conforme Dios fue transformando mi interior, mi exterior fue cambiando. Entonces, los piercings, las tinturas, el vicio del cigarrillo, la bebida, ser bisexual, todo eso ya no tenía más sentido, ¡abandoné TODO! Y Dios me honró, entré en el Proyecto VPR, comencé a pasar mis experiencias a los jóvenes y a ayudarlos, así como ellos me ayudaron. Creció un deseo dentro de mí por ganar almas, por ayudar a los afligidos y pasarles esa felicidad, esa paz que había recibido.
Tenía el deseo de ser obrera y, después de muchas luchas, Dios me ungió para hacer Su Obra, y cada día crece más ese amor por las personas. Hoy soy de la FJU, alguien creyó en mí y yo creo en los jóvenes, estoy completamente realizada espiritualmente, pues recibí el Espíritu Santo, tengo un empleo bendecido, tengo paz en casa y, lo mejor de todo: ¡tengo la certeza de mi Salvación!
Amanda Kislley

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